12 de agosto de 2012





Declamación




Es el arte de la pronunciación de las palabras, en este caso de la definición, durante el canto. Así, los poetas-músicos medievales, organizaban el ritmo de sus melodías sobre el ritmo de los propios versos. La idea de derivar de la palabra hablada la melodía, no surgió antes del siglo 17. Lulli, un compositor francés de este tiempo, estudió con especial atención los acentos de la declamación de las obras de Racine que hacía la actriz Champmeslé y Gounod, por su parte, en la primera mitad del siglo 19, también demostró un gran cuidado en la asociación de música con letra.

Hoy, como disciplina artística, la declamación constituye una interpretación que busca la armonía entre la voz, el significado de las palabras, la música, los gestos y el movimiento corporal. Asimismo, la declamación puede trascender el campo de las artes y de la estética. Se utiliza, por ejemplo, en la exposición de argumentos y en la defensa de posturas durante los procesos judiciales. De igual forma, puede hacerse presente en el ámbito educativo, cuando los estudiantes deben exponer sus conocimientos frente a los docentes.








La Guaja.

Ven acá granuja,
¿dónde andas so guaja?
Hoy te mondo los huesos a palos,
no llores ni huyas porque no te me escapas,
yo no sé lo que hacer ya contigo
me tienes mú jarta.
¡A ti ya no te valen palabras,
a ti ya no te valen razones,
ni riñas ni encierros ni golpes ni nada!

Te dije al marcharme:
levántate pronto y estira esos huesos,
y dobla las mantas y enciende la lumbre,
y arrima el puchero y enjuaga las ollas
y barre la casa.

Y vengo y me encuentro, ¡grandísimo pillo!
la lumbre sin brasas,
la puchera sin caldo ni pringue,
la vivienda peor que una cuadra,
la burra sin pienso,
las pilas sin agua.

¿Segaste la hierba?
¿Trajiste la paja?
¿Regaste los tiestos?
¿Cerniste la harina?
¿Clavaste la estaca?
¿Comió la cordera?
¿Bebió la lechona?
¿Cogiste los huevos?
¿Mudaste la cabra?
¡hummm.....!

¿Y a ti qué te importa?
¿Para qué quieres cansarte?,
si aquí está la burra que todo te lo jaga.

Te piensas granuja,
que al estar tu madre jechita una negra,
quemándose el alma,
mientras tú me malgastas el tiempo
ese tiempo que da más que lástima.

Jecho un ropa suelta...,
hecho un rajamantas...,
por esas callejas detrás de los perros,
por esos regatos tirando a las ranas
o cogiendo nidos en las zarzamoras.

¡Qué así estás de lindo grandísimo guaja!
¿Y ese siete tan guapo en la blusa?
¿Y esos pantalones tan llenos de manchas?
¡hummm...!
¡Qué gorra más limpia!
¡Qué medias tan majas!
¡Qué pelos tan lindos!
¡Qué cuello, qué puños, qué codos!, ¡qué mangas!

Yo no sé lo que hacer ya contigo
me tienes muy harta.

De sobra conoces que somos solitos...,
que ya no tenemos quien nos lo ganaba...,
que la vida de toditos los pobres es pura vida de lágrimas...,
¡pero ni por esas!
A ti que te dejen roncando en la cama,
y te pongan la mesa tres veces
y rueden los días y viva la holganza.

¡Súbete esos calzones so pillo!
¡Átate esos zapatos so randa!
Límpiate esos mocos, lávate esa cara,
y vete ahora mismo donde no te vea
que me tienes, me tienes muy harta.

Pero te aseguro chiquitín,
te aseguro que esto se te acaba.
Endende mañana ¡a la cola del burro!
Conmigo a la plaza, conmigo al molino,
conmigo a la jaza,
a sudar fatigas, a mojarte el alma,
ya verás las penitas que cuesta...,
ya verás con que ahogo se gana este pan
que tan cómodamente, ¡a lo bobo!,
¡a lo bobo te zampas!
Y ahora, ¡te vas!, ¡a la cama!, ¡a la cama!

La aurora se acerca espléndida, diáfana,
lentamente despliegan las nubes su manto de escarcha;
la madre afanosa se tira del lecho
y sus toscos aperos prepara,
que ya le espera más ruda que nunca la brega diaria.
Cariñosa y tierna se acerca
hasta el lecho donde el niño
cándido, tranquilo, descansa.
Por un instante contempla amorosa
su faz sonrosada,
y después...

Con cariño ferviente,
dándole un beso en sus labios exclama:
¿Yo, perturbar este sueño tan dulce?,
¡no fuera quien soy ni tuviera entrañas...!
¡Juega, brinca y destroza hijo mío…!
¡Qué tu madre lo gana!



Dos Orgullos







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Voy a estudiar La caída de las hojas de Manuel Bermejo para declamarla:



¡Matrimonio feliz!, miran dichosos correr por el jardín a sus dos hijos, son de plata sus risas infantiles y son de oro sus rizos que vuelan agitados por los aires. Descansan, luego un grito provocador y el juego se reanuda con más entusiasmo y más ahínco. Algunas veces el uno en brazos del otro cae. ¡Cómo se quieren los dos niños! Ella es fresca, robusta y apiñonada, él, es un tanto pálido y raquítico, pero ambos son iguales en amarse, iguales en su eterno regocijo, iguales en bondad y hermosura, iguales en espíritu. Una mañana, cuando alegres ambos correteaban, fueron sorprendidos por una extraña visita, era un lejano tío, médico de gran fama, que al llamado del padre fue solícito, porque le despertaban sobresaltos, la delicada complexión del niño. El médico lo toma entre sus brazos, lo examina, lo ausculta y sus carrillos besando con ternura lo autorizan a continuar el juego interrumpido. Jugaban a ocultarse, la hermanita había hecho en la alcoba su escondrijo y en tanto su hermanito la buscaba, ella escuchó el pronóstico del tío: “Amarga es la verdad y me lastima tener que decirla, pero es preciso, este dulce calor de primavera defiende su organismo, le hace bien el aroma de las flores y de los ramajes el oxígeno. ¡Ah!, pero a la caída de las hojas cuando esos tilos la calzada alfombren de hojas secas, tened resignación, ¡morirá el niño!” Pasó la jubilante primavera, pasó el fecundo y caluroso estío, a las primeras rachas otoñales aquel ser enfermizo demostró que el doctor no se engañaba, fue perdiendo los bríos para jugar, mostrando desaliento, al comer era nulo su apetito, y una triste mañana ya su lecho abandonar no quiso. Los padres permanecen largas horas contemplando a su pálido enfermito, que es el ser de su ser, que es toda su alma. ¿Toda? ¿Y la niña? El otro ser querido que adora con pasión al dulce hermano, ¿qué es de su alma de niña, lo más íntimo? A este recuerdo se preguntaron ambos: ¿Dónde está la niña? ¿Dónde se ha ido, que no acude a las voces del enfermo que la extraña y la llama casi a gritos? Va la madre en su busca y la encuentra vagando en el jardín bajo los tilos, en los troncos apoya una escalera, y con el rostro abatido, pero con el paso firme sube y baja de ella; lleva un hilo en la mano derecha y una aguja y con afán solícito, va ensartando las hojas que del otoño al ósculo han caído, y las vuelve a ensartar en los ramajes. Desde que amaneció venciendo el frío, se entregó a su labor, el jardinero que asombrado la vio, nada le dijo, pero la madre al verle le pregunta: “¿Qué hace mi bien querido?” y la niña angustiada le responde: “Oí lo que una vez dijo mi tío: ya empieza la caída de las hojas..., ayúdame mamá, yo te lo pido, que no se alfombre de hojas la calzada para que no se muera mi hermanito”.



Éste fue mi tributo al arte de la declamación. Ahora, escuchá un poco de Gounod, que no viene mal:








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